martes, 19 de noviembre de 2013

Olivo centenario

Había una vez, una semilla que estaba casi lista para crecer. Volaba por el aire, sobrevivía al frío y a los fuertes vientos pero le faltaba una tierra en la que asentarse.
Un día, cayó por azar en el rincón de un jardín con una tierra muy rica, llena de pequeñas semillas a medio desarrollar. Estas, unas más fuertes, otras más lentas, otras más sensibles fueron, sin darse, cuenta echando raíces. Unas raíces pequeñas al principio, pero lo suficientemente fuertes para nutrirse: Poco a poco, fueron haciéndose más grandes y fuertes. Si cualquier persona observaba de cerca el pequeño rincón del  jardín, aparentemente vacío, podía ver  unos pequeños tallos verdes, que luchaban por salir de la tierra. Por supuesto, se alimentaban de la luz del sol que les bañaba, pero sobretodo se alimentaban de las ganas de las otras pequeñas plantas por vivir. Las raíces fueron creciendo más y más, pero no de manera independiente, se fueron enlazando dentro de la tierra de tal forma que si para alguna de las plantas se le hacia más difícil sobrevivir, las otras le ayudaban con su fuerza y alegría.
Para entonces, los curiosos que se acercaban, veían un rincón bellísimo. Flores de muchos colores brillantes, olores que hacían sonreír, arboles en los que se podía intuir mucha sabiduría y muchas enredaderas grandes y bonitas que invitaban a quedarse. Era el mejor rincón jardín en el que la gente pasaba horas, no solo por la belleza de su naturaleza sino por lo bien que se estaba allí. Nunca había una planta mustia porque si eso pasaba, todas hacían un poco de esfuerzo y le daban un poquito de su brillo a través de las raíces.
Llegó un momento, en que las semillas de estas planta volaron y encontraron las tierras de alrededor, igual de ricas, así el rincón se fue haciendo más y más grande. El jardín entero brillaba de una forma especial. A nadie se le ocurría arrancar ninguna planta, pero en caso de que lo hubieran hecho, no lo habrían conseguido, porque las raíces estaban tan fuertemente unidas que si lo hubieran intentado se habría desgarrado el jardín entero...


Yo tengo la suerte de formar parte de un jardín así. Me deslumbra, cada vez, el brillo de vuestras sonrisas y vuestros colores y a la vez siento vuestras raíces cerca de mis pies, aunque  mis semillas vuelen lejos.

No es que vosotros fueseis el principio de mi existencia. Pero vosotros fuisteis otras de las semillas en un momento bastante parecido al mio. Compartimos un momento de cambio. Todos hemos participado en este desarrollo y de una forma tan acogedora, que pasamos a ser una pequeña familia unidas por unas raíces que no se ven.
Lo mejor de todo, es que el desarrollo no se ha acabado.  Pienso en voz alta y me digo a mi misma, cuando me faltaís mucho, que estar lejos hace que las relacionas se hagan solidas, pero no con una materia muerta, sino con una muy viva. Como el tronco de un olivo, que se hace mas fuerte y mas bello con los años.


Para mis animalitas. Porque me hace feliz sentir estas raíces que hemos creado.
Gracias por alimentarme con vuestra fuerza cuando se acercan los malos vientos.

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