jueves, 31 de marzo de 2011

Tarde de abril.

La escasa luz de la tarde se reflejaba en los charcos. Suave olor a arena mojada. Movimiento en las copas de los árboles. Ese ruido que te mece...

No quedaba nadie. Solo ella.

Sentada en un banco, las gotas de lluvia refrescaban su piel cálida. El pelo mojado se le pegaba al cuello y al rostro. La camiseta se transparentaba un poco y los vaqueros, empapados, ya no se veían claros. Sus pies estaban calados dentro de los zapatos, pero no era desagradable.

Con la mano, se apartó el pelo de la cara. Alzó los ojos negros, profundos, y lentamente, sus labios formaron una sonrisa...

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